Por: Óscar Quintero
Fotos: OCESA / César Vicuña
La Ciudad de México no estaba preparada para lo que ocurrió la noche del 5 de agosto. Mientras el verano aún empapaba de calor y humedad las calles, Lindsey Stirling desató una tormenta de emociones en el Auditorio Nacional que mezcló lo clásico con lo inesperado: violines eléctricos, danza aérea, luces hipnóticas, introspección espiritual… y hasta una fiesta navideña al ritmo de mariachi.
La violinista californiana no vino a dar un simple concierto. Vino a contar una historia. Vino a despertar. Vino a volar —literalmente— y a invitar al público a hacerlo con ella.
El espectáculo comenzó entre sombras y misterio: una gran tela blanca descendió del techo mientras siluetas danzaban proyectadas por detrás, marcando el inicio con “Eye of the Untold Her”. Desde ese primer momento, quedó claro que lo que se viviría no era un show cualquiera, sino una experiencia sensorial y emocional.
Stirling no tardó en romper el hielo con su ya conocida mezcla de virtuosismo clásico y beats electrónicos. Pero también con palabras que tocaron fibras: “Creo que estamos asombrados por lo que podríamos llegar a ser”, dijo después de interpretar “Arena” y “Underground”. La frase no fue casual: fue una declaración de intenciones.
Una violinista que también sabe volar
A lo largo de la velada, Lindsey no solo ejecutó con maestría su violín eléctrico, sino que protagonizó coreografías complejas, cambios de vestuario y números de danza aérea que arrancaron ovaciones. En medio de “Firefly”, hizo una pausa para saludar al público mexicano con una emotiva confesión: “Han pasado seis años desde que estuve aquí. Hay un lugar especial en mi corazón para la Ciudad de México. Amo este país, su cultura, su gente. Son de los públicos más apasionados del mundo”.
Y vaya que lo son. Cada solo de violín fue respondido con gritos eufóricos, cada coreografía con aplausos cerrados. El Auditorio no solo estuvo lleno: vibró al unísono con cada nota y cada luz.
Respirar, sentir, liberar
Una de las partes más emotivas llegó cuando Stirling pidió a todos cerrar los ojos. “Quiero que respiren conmigo”, dijo mientras comenzaban los acordes de “Between Twilight”. Lo que parecía una simple pausa, se transformó en un ejercicio de conexión: con la música, con uno mismo, con el momento. Un respiro colectivo que, más que descanso, fue una invitación a reconectar con lo esencial.
La Navidad llegó en agosto… y con mariachi
Y justo cuando uno creía haberlo visto todo, llegó el giro más inesperado de la noche: Lindsey Stirling regresó al escenario acompañada del Mariachi Amazonas, un conjunto completamente femenino, para interpretar temas tradicionales mexicanos, incluyendo una explosiva versión de “El Mariachi Loco” y, para sorpresa de todos, una versión festiva de “Feliz Navidad”. Todo en pleno agosto.
“No puedo creerlo… ¡mi primer sold out en México!”, celebró con una sonrisa radiante. El Auditorio entero respondió de pie.
Una noche que no conoce de calendarios ni fronteras
Con su más reciente álbum Duality como telón de fondo, Stirling mostró que su arte no solo vive en la técnica, sino también en la emoción. Su espectáculo en la CDMX no fue una gira más: fue una manifestación de posibilidades infinitas. De cómo el arte puede romper estaciones, cruzar océanos, derribar idiomas y unir a miles de personas con una sola melodía.
Al final, Lindsey prometió subir pronto el video del concierto a sus redes, donde seguramente quedará registrado lo que no puede contarse en palabras: que en una noche de verano en México, una violinista californiana logró que creyéramos, otra vez, en la magia.