Texto y Fotografías: Fernando Montes de Oca.
Ilusión, frágil membrana que envuelve un momento que carece de dimensión; espacio y tiempo irrelevante cuando al frente de la mirada ocurre el delirante deseo de vivir.
Y es que si bien hubiera una palabra para describir la atmósfera que se vivió en la celebración de la Barranca por sus primeros veinte años, se quedaría corta a opinión de los incondicionales seguidores que hacen de cada verso compuesto por José Manuel Aguilera su manual del bien morir viviendo y el mal amor que se niega a matar.
De lo que estoy seguro es que no fue un eclipse de memoria por que a cada canción venia un recuerdo y una nueva canción que sugería la siguiente y de manera exponencial crecía la euforia de los fieles en aquella taberna citadina venida a teatro en las calles de una ciudad que no dejaba de llorar a la menor provocación de una guitarra.
Por el escenario del «Esperanza Iris» no solo caminaron versos y notas, se reflejaron sombras de historias. De las mas nuevas con la sangre joven que integra a la banda siempre liderada por el incasable José Manuel, pero nunca dejando de lado esa Sangre Asteka que recorre todo su cuerpo, resonando con el acordeón de Humberto Álvarez que sigue fiel a la resistencia o la inmensa silueta de dulces notas que proyecta Cecilia Toussaint y en el timón, guiando a la tropa como en el principio de este camino a la barranca estaba Alfonso André.
Si fue un trance no lo quiero saber, al final la ilusión no debería de romperse.