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Roco y su Maldita Vecindad hicieron del Velódromo Olímpico un carnaval de música, memoria y libertad

Por: Óscar Quintero
Fotos: OCESA / César Vicuña

La noche en el Velódromo Olímpico se convirtió en un festival de resistencia y celebración cuando Roco y su Maldita Vecindad tomaron el escenario, desplegando un ritual musical cargado de energía, memoria y mensajes de paz. El público vivió algo más que un concierto: fue una comunión donde la música se volvió bandera de libertad, recordando tanto las luchas históricas de México como el sufrimiento de pueblos que hoy enfrentan la guerra, como Palestina.

La velada arrancó con el reggae de Gondwana, quienes prepararon el terreno con un viaje sonoro que envolvió a todos en un ambiente relajado y vibrante. Temas como “Verde, Amarillo y Rojo” o el clásico “Sentimiento Original” encendieron al público, transformando al recinto en una pista de baile y libertad colectiva. El reggae, como ellos mismos señalaron, es un canto universal contra la opresión, y esa energía quedó marcada en el aire.

Con esa vibra encendida, llegó Roco, quien subió al escenario como un guía de ceremonia musical. En la antesala de los 35 años del legendario álbum El Circo, el cantante convocó a las almas presentes a sacudirse las malas vibras con canciones como “Quinto Patio Ska” y un inesperado cover de “Ya lo pasado, pasado”, que se convirtió en catarsis compartida.

La intensidad creció cuando Roco interpretó “Don Palabras”, tema que cargó de fuerza política, recordando momentos de dolor en la historia mexicana como el 2 de octubre, Ayotzinapa y las tragedias recientes que siguen marcando de sangre al país. El mensaje se entrelazó con la denuncia del genocidio en Palestina, levantando un eco de solidaridad y justicia en cada acorde.

Pero el punto más alto llegó cuando las canciones de El Circo comenzaron a sonar. Himnos como “Pachuco”, “Kumbala” y “Un Gran Circo” desataron la euforia colectiva: nadie se quedó quieto, todos coreaban y bailaban como si el tiempo se hubiera detenido. Era imposible no sentir la fuerza de un disco que, tres décadas y media después, sigue siendo referente del rock mexicano y de la identidad de toda una generación.

La única nota agridulce de la noche fue la ausencia de un homenaje explícito a Sax, el inolvidable saxofonista cuya energía elevaba cada concierto de La Maldita a un nivel irrepetible. Sin embargo, en cada riff, en cada coro y en cada lágrima contenida, su espíritu estuvo presente, vibrando en el corazón de quienes alguna vez lo escucharon en vivo.

El concierto no fue solo música: fue memoria, resistencia y celebración. Roco y su Maldita Vecindad demostraron una vez más que su legado no solo pertenece a la historia del rock mexicano, sino también a las luchas sociales que siguen vigentes. El Velódromo Olímpico fue testigo de una noche que quedará grabada como un grito de libertad y un baile interminable.

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