Por: Óscar Quintero
Fotos: OCESA / José Jorge Carreón
Con un Lunario a reventar y un público listo para entregarse sin reservas, El Kuelgue ofreció, anoche, una presentación que rozó lo teatral, lo festivo y lo profundamente emotivo. La banda argentina, conocida por su estilo inclasificable y su manera irreverente de abordar cada género, transformó el recinto en un espacio donde humor, virtuosismo y desparpajo conviveron con una fluidez asombrosa.
El arranque llegó con “Ir Derecho”, y desde ese primer golpe sonoro la audiencia se conectó sin filtros. El ambiente íntimo del Lunario se expandió con una energía vibrante que marcó el tono de todo el espectáculo. Sin dejar que la emoción decayera, el grupo siguió con “Hola Precioso” y “Chiste”, dos piezas que encapsulan a la perfección el universo lúdico del conjunto: ironía fina, teatralidad juguetona y un groove que invita a moverse sin pensarlo demasiado.
Uno de los momentos más sensibles llegó con “Carta para No Llorar”, tema que llevó a la audiencia de la risa al suspiro, mostrando la capacidad de El Kuelgue para navegar entre emociones extremas sin romper la magia.
La noche avanzó con una versatilidad instrumental notable. “Circunvala” y “Bossa & People” abrieron un espacio sonoro más contemplativo, donde los músicos brillaron por su precisión y por la forma en que construyeron capas rítmicas que atrapaban a todos en un trance ligero. Esa calma dio paso nuevamente a la celebración con “Natación” y “Díganselo”, seguidas de una sorprendente versión de “Mil Horas” en la que todo el público terminó cantando a full pulmón.
El bloque siguiente reafirmó el carácter impredecible del show. “En Tanto y en Cuánto” y “Parque Acuático” mezclaron improvisación con cercanía, dejando ver a una banda cómoda en su libertad creativa y al público disfrutando cada gesto.
Ya hacia el tramo final, el espíritu teatral tomó fuerza. “Peluquita” y “Sinoca” desataron carcajadas y bailes espontáneos por todo el Lunario, mientras que el enganchado (“Dele Tiempo / Soda / Cariño”) funcionó como un guiño cómplice hacia la audiencia, un collage sonoro que celebró referencias, influencias y la naturaleza juguetona de El Kuelgue. Después llegó “Marquitos”, que mantuvo el impulso arriba, y “Góndola”, que intentó cerrar el show… aunque el público tenía otros planes. El clásico “¡otra, otra!” retumbó de inmediato.
El primer encore abrió con “Avenidas”, una interpretación cargada de emoción que sostuvo la intensidad de la noche. Pero el punto más explosivo llegó con “Monkey”, cuando el vocalista invitó a todos a “moverse como monos”. El Lunario se convirtió entonces en un carnaval espontáneo, un estallido de libertad donde nadie parecía preocupado por nada más que dejarse llevar.
Para terminar, “La Curva” selló la velada con una mezcla impecable de sensibilidad y luz, dejando un eco cálido que se sintió como un abrazo colectivo. Antes de retirarse, la banda expresó un agradecimiento que sonó tan genuino como todo lo ocurrido sobre el escenario.
La presentación de El Kuelgue en el Lunario no fue únicamente un despliegue musical sobresaliente; fue una experiencia humana completa. Un recordatorio de que la música puede moverse entre la risa, la reflexión y la ternura sin perder su esencia.
Y anoche, todos los que estuvieron ahí pudieron sentirlo de cerca.






