Por: Óscar Quintero
Fotos: OCESA / Lili Estrada
La noche del 9 de noviembre en el Lunario no sólo vibró: ardió. Y yo estuve ahí para atestiguarlo. Arde Bogotá llegó a la Ciudad de México con un show que confirmó lo que muchos ya sospechábamos: esta banda colombiana está destinada a lo grande, y lo suyo no es un simple concierto… es una experiencia que se prende fuego desde el primer acorde.
Desde el momento en que Antonio García tomó el micrófono, el ambiente cambió. La energía se volvió eléctrica, casi palpable. El público no esperó al segundo tema para entregar la garganta, y para cuando sonó “Qué vida tan dura”, el Lunario entero parecía corear al unísono, como si todos fuéramos parte de un mismo pulso.
Arde Bogotá no sólo tocó: arrasó. Repasaron parte de su EP El Tiempo y la Actitud, y de su celebrado álbum La Noche, ese que les abrió puertas, les dio disco de oro y los colocó como uno de los actos más potentes del rock en español actual. Pero verlos en vivo es otra cosa. Otra dimensión. Otra intensidad.
Esa noche entendí por qué se ganaron al Vive Latino 2025 y por qué su regreso era tan esperado. Cada canción desencadenaba una reacción distinta en la audiencia: euforia, nostalgia, furia contenida, catarsis. El Lunario se convirtió en una especie de confesionario colectivo donde todos, sin excepción, queríamos más.
Y claro, también hubo espacio para su evolución. Sonaron “La Torre Picasso” y “Flores de Venganza”, dos sencillos que muestran una faceta más madura, más compleja, más experimental, y que en directo se sienten como un golpe emocional —de esos que no esperas, pero agradeces.
Salir del concierto fue difícil. No porque hubiera muchas personas, sino porque nadie quería dejar ir esa energía. Esa sensación de haber presenciado algo que va más allá de la música: una banda en pleno ascenso, un público entregado, una noche redonda.
Si te lo perdiste… bueno, ya lo sabes: qué vida tan dura. Pero si estuviste, como yo, seguro coincidimos en algo:
Arde Bogotá no sólo tocó en el Lunario. Lo incendió.






