Texto y fotografías por Jorge Yeicatl
El Auditorio BB se iluminó con colores dorados y rojos, como si la melancolía tuviera un color. San Pascualito Rey apareció entre gritos que sonaban como una despedida anticipada, miradas húmedas y aplausos.
«Esta noche es única, es la última vez que nos presentamos en la Ciudad de México», expresó Pascual Reyes. El público, al escuchar esas palabras y entender su significado, contestó con un grito que combinaba alegría y tristeza.
La banda creó un ambiente que fluctuaba entre lo terrenal y lo espiritual desde las primeras notas. «Nos tragamos», «Sufro, sufro» y «Si te vas» se entrelazaron con una interpretación visceral, sustentada por la voz desgarradora de Pascual y los arreglos que oscilaban entre el rock, la experimentación y la devoción.
San Pascualito Rey no actuó solo durante el concierto. Se convirtió la noche en una reunión de almas musicales: Con su guitarra, Tito Fuentes (Molotov) llegó para darle energía y agudeza a los temas más pesados; Adolfo «Chewie» Castañeda contribuyó con percusiones que ampliaron el pulso ritual de las canciones; Alex «aelx nexus» Morales construyó capas sonoras con elementos electrónicos que envolvían la voz de Pascual en un halo casi cinematográfico.
El público aplaudió cada colaboración, pero hubo instantes en los que el aire parecía detenerse. Alex Otaola, usando su guitarra inconfundible, recuperó un fragmento fundamental de la historia del grupo. Su surgimiento fue un abrazo sonoro a los años de evolución y búsqueda que definieron la identidad de San Pascualito Rey. Además, se incorporaron Luca Ortega desde un video quien recordó con nostalgia su etapa, además Chema Arreola y Nelson Sánchez, añadieron fuerza, ritmo y memoria a un espectáculo que parecía más bien un rito.
Pascual expresaba su gratitud entre canción y canción, con una combinación de calma y emoción reprimida. «Por estar aquí, por crecer con nosotros, por llorar con nosotros y por acompañarnos todos estos años, gracias.» Las palabras resonaron como un final, pero también como una promesa de mantenerse en la memoria colectiva.
La interpretación de «A quién estaré» fue el momento más conmovedor de la noche: un coro de voces que parecía despedirse sin querer, luces cálidas y un silencio expectante.









