Por: Paulina Sánchez
Fotos: OCESA / César Vicuña
El Palacio de los Deportes fue testigo de un momento histórico para la lucha libre mexicana. El retiro del Hijo del Santo, quien pasa a la historia como un icono del legado de su padre El
Santo. Durante más de cuatro décadas, un nombre se escribió con honor en la historia de la lucha libre mexicana. Un nombre envuelto en disciplina, misterio y una herencia imposible de eludir.
El Hijo del Santo no sólo luchó contra rivales sobre el cuadrilátero, sino también contra el peso de un legado eterno, construyendo una carrera que atravesó generaciones y estilos, y que se volvió parte del alma del pancracio nacional.
Con una trayectoria vasta y respetada, el enmascarado decidió cerrar el telón y despedirse de los encordados, acompañado por miles de aficionados que lo siguieron hasta el final. Su gira de despedida, iniciada en 2024, fue un acto de gratitud y memoria viva: incluso entonces, volvió a ganar una lucha de apuestas, derrotando a Rayman y arrancándole la cabellera, como símbolo de que la grandeza nunca se apaga del todo.
Al terminar el combate, su voz se quebró entre aplausos y nostalgia: “Gracias a todos esos papás que me fueron a ver cuando eran niños; gracias a los jóvenes que me apoyaron y que hoy ya son abuelos”.
Y con la misma solemnidad con la que su padre lo entregó al público, El Hijo del Santo pasó la estafeta: “Así como mi papá me dejó en manos de ustedes, hoy les dejo a este joven, Santo Jr., con la esperanza de que siga adelante”.
No fue solo una despedida, fue un acto de amor. El cierre de una era y la promesa de que la
leyenda, aunque cambie de rostro, jamás dejará de luchar.






